—Si alguien —dijo el Caballero Negro—, lograra ser admitido en el castillo y averiguara cuál es la situación real, mucho habrÃamos ganado. Creo que, puesto que piden un confesor, este santo ermitaño podrÃa al momento ejercitar su piadosa vocación y procurarnos la información que deseamos.
—¡Llévese el diablo a ti y a tu consejo! —dijo el piadoso ermitaño—. Te digo, Caballero Haragán, que cuando visto mis hábitos de monje, el estado clerical, la santidad y los mismÃsimos latines van conmigo; pero cuando visto el verde gabán, mejor puedo dar muerte a veinte ciervos que confesar a un solo cristiano.
—Me temo —dijo el Caballero Negro—, mucho me temo que nadie entre nosotros esté dispuesto ni capacitado para adoptar el papel de padre confesor.
Se miraron entre sà y guardaron silencio. Dijo Wamba al cabo de un rato: