Heidi

—¡Yo la vi ayer en la calle! Le puedo decir cómo es: tiene los cabellos negros, cortos y rizados; los ojos, del mismo color, y llevaba un vestido oscuro. No habla como nosotros.

«Ya veo —se dijo Sebastián, riendo para sus adentros—, es la pequeña señorita que ha vuelto a hacer alguna de las suyas». Después, haciendo pasar al muchacho, le dijo:

—Está bien. Sígueme y espera detrás de la puerta hasta que yo vuelva a salir. Si te hago entrar, toca algo en el organillo. Esto complacerá a la señorita.

Subió, llamó a la sala de estudio y entró.

—Hay un muchacho abajo que quiere hablar personalmente con la señorita Clara —dijo Sebastián.

Ante tan inesperado suceso, Clara se alegró.

—Entonces que entre en seguida —repuso—, ¿verdad, señor profesor?

Pero el muchacho, sin esperar a que le dieran permiso, se había introducido en la sala y, obedeciendo a una seña de Sebastián, comenzó a tocar el organillo. La señorita Rottenmeier, que estaba en el comedor para librarse de las lecciones del abecé, aguzó el oído. ¿Aquellos sonidos llegaban de la calle? ¡Qué curioso! ¡Se habría dicho que venían de la sala de estudio! ¡Un organillo en la casa!

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