La historia que Heidi preferÃa a todas las demás era aquella de la lámina en que se veÃan los prados verdes con el pastor en medio de su rebaño, apoyado en su bastón con cara alegre; guardaba la manada de su padre y le gustaba seguir y correr detrás de las divertidas ovejas y cabras. Pero aparecÃa otra lámina en que se le veÃa después de haber huido de la casa paterna: estaba en el extranjero y tenÃa que guardar los cerdos; estaba muy delgado, porque no comÃa más que las peladuras, como los cerdos. En esta lámina no lucÃa el sol, todo era gris y nebuloso. Pero luego venÃa una tercera lámina: en ella el viejo padre salÃa de su casa y corrÃa, con los brazos abiertos, al encuentro de su hijo, muy flaco y harapiento. Ésta era la historia favorita de Heidi y la leÃa siempre, fuera en voz alta, o muy bajito, y jamás dejaba de escuchar atentamente los comentarios de la abuela cada vez que oÃa el cuento. Pero también habÃa otras historias muy hermosas y ricamente ilustradas; tan precioso era el libro y tan bonito era poder leerlo, que los dÃas transcurrÃan volando y muy pronto llegó el momento fijado para la marcha de la abuela.