Heidi

—Abuelita, ¡yo sé muy bien cómo es cuando una regresa a la patria! La buena anciana no respondió, pero había oído bien, y la expresión de su rostro, que tanto gustara a Heidi, no se borró. Al cabo de un momento, la niña continuó: —Ya está oscureciendo, abuelita, y es preciso que me marche a casa. ¡Estoy muy contenta de que te encuentres mejor! La anciana cogió una de las manos de Heidi y la estrechó fuertemente mientras le decía: —Sí, ya estoy nuevamente alegre. Y estoy mejor también aunque tenga que quedarme todavía largo tiempo en cama. Mira, hija mía, nadie puede comprender, sin haberlo pasado, lo que significa hallarse en un lecho y sola en la habitación durante días y semanas, sin escuchar nunca una palabra de nadie y sin ver el más pequeño rayo de sol. Entonces le ocurren a una pensamientos muy tristes, cree que jamás volverá a levantarse y se le hace irresistible tanta pena. Pero cuando escuchamos palabras como las que acabas de leerme, parece como si una gran luz se hiciera en nuestro corazón y lo llenara de alegría.






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