París en el siglo XX

-Permítame que lo acompañe -insistió el joven Dufrénoy.

-¡No! Nos podrían ver. Saldré solo.

-Hasta el próximo domingo, entonces, tío.

-Hasta el domingo, hijo querido.

Michel salió primero, pero esperó en la calle; vio que el anciano se dirigía al bulevar caminando todavía muy erguido. Lo siguió de lejos hasta la estación de la Madeleine.

“En fin", se dijo, "ya no estoy solo en el mundo". Regresó a la residencia. La familia Boutardin, felizmente, cenaba en la ciudad. Michel pasó tranquilamente en su habitación su primera y última tarde de vacaciones.

 

 

CAPÍTULO V

Donde se habla de máquinas calculadoras y de cajas que se defienden por si mismas

 

Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Michel Dufrénoy se encaminó a las oficinas de la banca Casmodage y Cía.; ocupaban una de esas casas construidas sobre el emplazamiento de la vieja ópera de la rue Neuve-Drout. Condujeron al joven a un vasto paralelogramo provisto de artefactos de una singular estructura que no advirtió en un primer momento. Parecían pianos formidables.

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