Viaje al centro de la tierra

Como las runas me parecían una invención de los sabios para embaucar a los ignorantes, no sentí que no lo entendiese mi tío. Así, al menos, me lo hizo suponer el temblor de sus dedos que comenzó a agitar de una manera convulsa.

—Sin embargo, es islandés antiguo —murmuraba entre dientes.

El profesor Lidenbrock tenía más razón que nadie para saberlo; porque, si bien no poseía correctamente las dos mil lenguas y los cuatro mil dialectos que se hablan en la superficie del globo. Hablaba muchos de ellos y pasaba por ser un verdadero políglota.

Al dar con esta dificultad, iba a dejarse llevar de su carácter violento, y ya veía yo venir una escena desagradable, cuando dieron las dos en el reloj de la chimenea.

En aquel mismo momento, abrió Marta la puerta del despacho, diciendo:

—La sopa está servida.

—¡El diablo cargue con la sopa —exclamó furibundo mi tío—, y con la que la ha hecho y con los que se la coman!

Marta se marchó asustada; yo salí detrás de ella, y, sin explicarme cómo, me encontré sentado a la mesa, en mi sitio de costumbre.

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