Viaje al centro de la tierra

—Hacia abajo: voy a explicarte por qué. Hemos llegado a una espaciosa gruta a la cual van a dar gran número de galerías. La que has seguido tú no tiene más remedio que conducirte a ella, porque parece que todas estas fendas, todas estas fracturas del globo convergen hacia la inmensa caverna donde estamos. Levántate, pues, y emprende de nuevo el camino; marcha, arrástrate, si es preciso, deslízate por las pendientes rápidas, que nuestros brazos te esperan para recibirte al final de tu viaje. ¡En marcha, pues, hijo mío! ¡ten ánimo y confianza!

Estas palabras me reanimaron.

—Adiós, tío —exclamé—: parto inmediatamente. En el momento en que abandone este sitio, nuestras voces dejarán de oírse. ¡Adiós, pues!

—¡Hasta la vista, Axel! ¡Hasta la vista!

Tales fueron las últimas palabras que oí.

Esta sorprendente conversación, sostenida a través de la masa terrestre, a más de una legua de distancia, terminó con estas palabras de esperanza, y di gracias a Dios por haberme conducido, por entre aquellas inmensidades tenebrosas, al único punto tal vez en que podía llegar hasta mí la voz de mis compañeros.

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