Viaje al centro de la tierra

Nos quedamos helados de espanto. La esfera, mitad blanca y mitad azulada, del tamaño de una bomba de diez pulgadas, se pasea lentamente, girando con velocidad sorprendente bajo el impulso del huracán. Va de un lado para otro, sube una de los bordes de la balsa, salta sobre el saco de las provisiones, desciende ligeramente, bota, roza la caja de pólvora. ¡Horror! ¡Vamos a volar! Pero no: el disco deslumbrador se separa; se aproximo o Hans, que la mira fijamente; a mi tío, que se pone de rodillas para evitar su choque; a mí, que palidezco y tiemblo bajo la impresión de su luz y su color; di vueltas alrededor de mi pie, que trato de retirar sin poderlo conseguir.

La atmósfera está llena de un olor de gas nitroso que penetra en la garganta y los pulmones. Nos asfixiamos. ¿Por qué no puedo retirar el pie? ¿Estará por ventura clavado a la balsa? ¡Ah! La caída del globo eléctrico ha imanado todo el hierro de a bordo; los instrumentos, las herramientas, las armas se giran, entrechocándose con un tintineo agudo: los clavos de mis zapatos se hallan fuertemente adheridos a una placa de hierra incrustada en la madera. ¡No puedo retirar el pie! Haciendo un violento esfuerzo, consigo, por fin, arrancarla en el momento mismo en que el globo iba a cogerlo en su movimiento giratorio y arrastrarme, si…

¡Ah! ¡Qué luz tan intensa! ¡El globo estalla! Nos cubre un mar de llamas.

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