No se podía hablar de los hombres de la patrulla. No todos eran hombres. La raza humana había partido de la Tierra y a su paso por los planetas de la galaxia había ido ganando a esos pueblos para su superior civilización, para su peculiar forma de vida. Y con el correr de los siglos, todos se fueron integrando en una sola humanidad.
Habían pasado diez mil años. La parábola de la conquista de las estrellas se había cumplido. Y hoy el hombre regresaba al pequeño planeta de donde había partido. Una historia de odios, de luchas, de rivalidades infinitas había quedado a sus espaldas. Y la patrulla estelar era poseedora de la llave que cerraría definitivamente esa puerta.