La figura de bronce osciló con cierta violencia.?¡Cuidado! ?gritó lord Guthford.Era ya tarde. La Venus broncÃnea cayó al suelo, contra el que golpeó con fuerza.?¡Oh, Dios mÃo! ?exclamó Shorwin, sinceramente consternado.En la metálica superficie se habÃan abierto varias grietas, algunas de ellas de una anchura superior al centÃmetro. La parte superior del cráneo, con su artÃstico peinado a la griega, se desprendió como un copete y rodó a un lado.Un horrible hedor, insufrible, absolutamente nauseabundo, se esparció en el acto por el vestÃbulo. Lord Guthford, no menos asombrado que los otros dos hombres, sacó un perfumado pañuelo y se lo puso ante la cara.Shorwin perdió su habitual impasibilidad, la famosa impasibilidad de todo mayordomo británico, y, volviéndose a un lado, vomitó.Por las grietas de la estatua salÃa un lÃquido verduzco en ocasiones, amarillento en otras, que no era sino materia en putrefacción. De la parte de la cabeza que se habÃa roto, brotaba una masa de cabellos que habÃan sido originariamente rubios y que ahora poseÃan un color indefinible, mezclados con parte del cuero cabelludo, convertido en masa putrefacta y hedionda.