Era la quinta o la sexta vez en el término de diez dÃas que experimentaba aquella sensación. Abordó la boca del Metro e instintivamente miró hacia atrás. Allà estaba, a pocos pasos, con las manos en los bolsillos del gabán, el flexible calado hasta los ojos, erguido, esbelto e interesante.
Marieu Cienfuegos alzóse de hombros y bajó presurosa los escalones del Metro. Le hacÃa gracia que al cabo de tanto tiempo le intrigara la persecución de un hombre. Esbozó una sarcástica sonrisa. Indudablemente estaba habituada a la admiración masculina, pero le sorprendÃa que un desconocido abandonara el café cuando ella salÃa de la oficina y caminara tras ella por la calle, hasta que se metÃa por la boca del Metro. Allà lo perdÃa de vista. ¿Casualidad? Posiblemente.
Se mezcló con los viajeros agolpados en la plataforma a aquella hora del mediodÃa. VeÃa las escaleras del Metro antes de que el tren se pusiese en marcha. El desconocido no estaba allÃ. Como siempre, se habÃa quedado en la calle helada o habrÃa vuelto a su rincón del elegante café.