Nacà en Segovia y a los quince años falleció mi madre quedándome al cuiadado de mi hermana Ernestina, la cual ejercÃa de monja en un convento de enseñanza. Ernestina era licenciada en FilosofÃa y Letras, de modo que impartÃa clases a jóvenes estudiantes de bachillerato superior y era una de las «mandamases» del convento, un convento, dicho de paso, de pago y recopilador de niñas élite, en las cuales no creÃa encontrarme yo. Pero debido a la muerte de mi madre y que mi padre hacÃa tiempo ya no vivÃa, al verme sola, Ernestina pasó a buscarme, levantó el piso, vendió todo cuanto habÃa en él y pasé en régimen de interna al colegio del Escorial donde ella vivÃa y en el cual era, como si dijéramos, la voz de mando aun sin desempeñar el cargo de superiora. Todo aquello me pareció natural. Ernestina me llevaba casi diez años, porque yo vine al mundo como si se dijera por descuido o rebote, y cuando Ernestina profesó, mamá ?papá ya no vivÃa y mamá impartÃa clases de maestra en una escuela pública, estatal? me llevó de la mano al convento y puedo decir que casi sin saber lo que suponÃa profesar, aquellas ceremonias me emocionaron.