El padre André escuchaba atentamente. Sentado a medias junto a la mesa, tenÃa el codo apoyado en el borde del tablero, y la mejilla ladeada sobre la mano abierta, los ojos entornados y se dirÃa que su atención estaba presa de la voz femenina que leÃa. Una voz tenue, algo confusa. Una voz cálida y suave. El salón, enorme, lleno de objetos. Sofás estampados, sillones amplios, lámparas de pie, un piano al fondo, cuadros en las paredes, la chimenea ardiendo en una esquina y el suelo cubierto de gruesas alfombras. Todo estaba en silencio. Sólo aquella voz femenina, algo desgarrada, algo confusa, algo? ¿tÃmida? Pues, sÃ, tÃmida.