?Siéntate, Maud ?invitó Richard Rusell con desgana?. Tengo algo desagradable que decirte.
?¿Como qué, tÃo?
?Acabo de enterarme de algo tremendo ?se pasó los dedos por ei pelo con agitación?. No sé si debo preocuparme o no, pero dada mi conciencia de médico entiendo que debo inquietarme mucho y ayudar a un colega.
Maud le miraba sin pestañear. Sentada al lado de la mesa, tras la cual se hallaba su tÃo enfundado en la bata blanca, esperaba con cierta indiferencia.
En realidad, ella también era médico psiquiatra y prestaba allà sus servicios. HabÃa hecho una rápida carrera y después de dos años en Alemania se prestó a trabajar con su tÃo en su psiquiátrico particular. No era fácil su trabajo porque allÃ, o todo lo tomabas con filosofÃa, o te convertÃas en un esquizofrénico, un paranoico o un drogadicto, y lo que es peor, un loco sin remedio.