ISABEL lo sabÃa. No supo en qué Instante ni por qué lo intuyó. Fue algo imprevisto. ¿En la forma de mirarla? ¿En el modo con que le hablaba? ¿En aquella intensidad suya silenciosa, grave, reposada, del hombre que sabe que no debe inquietar a una muchacha soltera, siendo él... hombre casado? Isabel Alcántara conducÃa su pequeño utilitario a través de las populosas calles madrileñas y pensaba en aquello... Era difÃcil escapar a aquella verdad Ãntima, irreprimible, en la cual estaba, como el que dice, concentrada toda su vida. Su vida joven de veintidós años, afanosa, luchadora, llena de comprensión y de renuncia. Sus amigas le decÃan alguna vez: ?Parece tan raro. Daniel Osma del Olmo no era raro. Era lo que era y nada más. Un hombre famoso como cirujano, un tipo formidable como hombre, un padre ejemplar, un hijo excelente. Apuesto, joven aún (treinta y cuatro años escasos), se pasaba la vida consagrado a su carrera.