Julio Santiago miró la hora. Se desperezó y atisbó el reloj de pulsera. Por las rendijas de la persiana entornada entraba el vaho de la calle sofocante, invadiendo la alcoba. Desnudo el tórax y con el pantalón del pijama, medio cayendo, se retorció en el lecho pensando en unas cuantas cosas a la vez. Llamar a Xuxa, vestirse después, salir e ir hasta la oficina de Bertina... Una chica estupenda aquélla. Pero... Bueno, ya se arreglarÃa aquello. Al fin y al cabo, lo mejor era decir la verdad. Pero ¿tenÃa tanta importancia la verdad? No habÃa que hacerse el tonto. TenÃa toda la importancia del mundo. El no era ningún viva la virgen y, sin embargo... Echó los pies al suelo y miró en torno. Por las rendijas, además del enorme calor, entraba también una luz desdibujada, muy propia de las seis de la tarde de un mes de julio. ¡Puaff! Madrid no se soportaba.