DANIEL Ruiz llevó el vaso a los labios y quedóse absorto como si estuviera en el club. Pero no estaba solo. HabÃa en torno montones de personas. Una mesa al fondo, en torno a la cual jugaban varios caballeros muy respetables. Otra no muy lejos, ante a cual discutÃan unos jovenzuelos. Y allà mismo, a sus espaldas, una tertulia de jóvenes de ambos sexos, que hablaban de algo desagradable, para la forma de ser de Daniel Ruiz. El no deseaba escuchar. La vida de aquella pequeña ciudad de provincias le importaba muy poco. Pero estaba allÃ, porque Ignacio Puchol le dijo aquella misma tarde.