ELLA, que hablaba tan poco, todos los dÃas preguntaba al llegar a la oficina. ?¿Se sabe algo del jefe? Mónica, Olga o Vera, le respondÃan invariablemente. ?Sigue igual. Pero aquel dÃa, cuando aún ella colgaba el abrigo en el perchero, Mónica le dijo a media voz. ?Dicen que se quedará ciego. ?Oh. No era preciso que le citara el nombre de la persona que ?podÃa? quedarse ciega. Más o menos, todos los dÃas, la conversación versaba sobre Burt Wallach. El accidente automovilÃstico ocurrido, la estancia del jefe en el sanatorio, y todos los acontecimientos de cada dÃa referentes a lo mismo. Para ellas, para todas las demás, aquel accidente era algo que, si no ocurrÃa todos los dÃas, tenÃa al menos una importancia muy relativa. La oficina no se detenÃa por eso. EL aserradero continuaba funcionando igual. Que mister Wallach muriese o se quedase ciego o manco, era secundario. Para ella, no. Por eso aquella mañana, tras de colgar el abrigo y lanzar aquel ¡?oh?! desgarrante, en el cual nadie reparó, se volvió en redondo hacia la compañera que le dio la noticia.