Berta cruzaba todos los dÃas, a la misma hora, por delante del casino. Realmente nunca se le ocurrÃa lanzar ni una breve mirada hacia los ventanales, considerando que nada se le habÃa perdido tras ellos. Iba a lo suyo y caminaba aprisa, ligera, elástica. Invariablemente vestÃa pantalones, gruesos suéters de lana, pellizas o chaquetones de pieles y calzaba botas forradas de pelo, con el fin de guarecerse del frÃo. Lo hacÃa en aquella comarca en grado superlativo, lo que le obligaba a levantar los cuellos de sus prendas de abrigo y caminar muy apresurada. Por otra parte, llevaba tres meses escasos en aquella villa y salvo al alcalde, a un médico mayor, dos profesores de Instituto y alguien más, no conocÃa apenas. Los pasantes eran dos abogados mayores que en su dÃa fueron pasantes de su antecesor, y si bien conocÃan perfectamente su cometido, Berta casi los ignoraba. A decir verdad, le daba corte ordenar y dirigir a personas mayores. Ella hubiera dado algo por tener a su servicio en la notarÃa, a personal joven, pero..., carecÃa de valor para darles al pasaporte, como ella pensaba. Los mismos escribientes llevaban en la notarÃa años y años y tampoco Berta se sentÃa con fuerza para cambiarlos. Por otra parte era gente diligente, sabÃa su oficio y no estorbaba en absoluto.