La secretaria lo miró un instante. No lo conocÃa. Estaba dando su nombre y ella pensaba que no se parecÃa nada a Wang Andersson, pese a que decÃa ser Fred Andersson. MÃster Andersson, el arquitecto, era un hombre sencillo, vulgar de aspecto, algo gordito, algo calvo. En cambio aquel que tenÃa ante ella y que decÃa llamarse Fred Andersson era un hombre alto, arrogante. ?Le he dicho que mi hermano me espera. ?SÃ, señor. Fred se impacientaba. ?O paso yo o le advierte usted de mi llegada. La secretaria sacudió la cabeza. Pensaba qué la ciudad de Billings no era precisamente una gran urbe. Allà se conocÃa todo el mundo, pero debÃa tener en cuenta que ella procedÃa de Helena y que sólo hacÃa dos semanas que estaba al servicio del arquitecto. ?¿Le anuncia usted mi llegada o paso? ?preguntó Fred impacientándose. ?Oh? perdone. En seguida. Con las mismas abrió la palanca del dictáfono y se oyó una voz grave y firme: ?DÃgame, Mey? ?El señor Andersson está aquÃ, señor. ?Que pasé inmediatamente. Mey señaló la puerta del fondo. ?Por ahÃ, señor. Fred giró sobre sà y Mey pudo verlo mejor.