?¿Y estos libros, Paola? La aludida elevó los ojos. Eran claros, de un marrón casi canela. Sus negras pestañas se abatieron. ?No, Mag. Si te gustan, quédatelos. ?Pero? Paola se incorporó, a medias, en el canapé donde se hallaba tendida. Miró en torno con expresión vaga. No olvidarÃa con facilidad aquel cuarto del colegio compartido desde mucho tiempo antes con su compañera Mag. ?Me gustarÃa quedarme aquà ?dijo, con voz lenta?. Hubiera sido bonito terminar los estudios. ?EscrÃbele a tu tÃo y dÃselo asÃ. Tal vez acceda. Paola no era de las que pedÃan. HabÃan decidido su destino, su vida. Decidida estaba ya. Mag dejó la maleta que estaba llenando y se acercó al canapé. Miró a su amiga con ansiedad. ?A los diecisiete años? nadie tiene derecho a detener una mente estudiosa. El hecho de que tu padre haya muerto y tu tutor te reclame, no quiere decir que no puedas escribirle y manifestarle tu deseo de continuar estudiando. Paola se sentó y echó los pies al suelo. VestÃa uniforme del colegio. Falda plisada de color azul. Camisa blanca. Sobre el lecho próximo habÃa un vestido de calle que pensaba ponerse tan pronto estuviera lista su maleta y el auto esperándola para ir a Carlisle. ?No me reclama mi tÃo, Mag ?dijo, con vaguedad?. Es demasiado viejo para ocuparse de estas cosas? Me reclama mi tÃa polÃtica, la esposa de un hermano de papá. Mag se arrodilló ante su amiga.