Berta Mayherne era una muchacha extraordinariamente femenina. De una sensibilidad a flor de piel. El lo sabÃa. La amaba como jamás habÃa creÃdo amar a mujer alguna. Nunca pensó que un dÃa llegara a estar tan ciego por una mujer determinada. La miraba en aquel instante. A la luz de la luna, apenas si podÃa apreciar las facciones, pero las sabÃa de memoria. Berta se apoyaba en la cancela. Una de sus manos, finas y aladas, se perdÃa entre los dedos masculinos en una caricia suave y prolongada. ?¿A qué hora vendrás mañana? ?preguntó la muchacha en un susurro. Y al rato, sin esperar respuesta?: Sólo son las nueve y veinte. ¿Por qué no entras? Papá y Claire juegan una partida en el salón. Podemos charlar hasta las diez en el saloncito del vestÃbulo. Tiraba de él. Joe se dejó llevar. ¡Era tan grato estar junto a Berta! Todo habÃa empezado seis meses antes. Se conocieron en el campo de golf. Un amigo le dijo: ?¿No es una preciosidad?? El la estaba mirando desde que ella llegó al campo. Lo era. El amigo, bien informado, al parecer, le explicó: ?Es hija de Rupert Mayherne.? En Wigan, e incluso en todo el condado de Lancaster, nadie desconocÃa a sir Rupert Mayherne, un hombre influyente, un potentado vinculado a la polÃtica, que vivÃa de sus rentas en una espléndida mansión. A él le tuvo muy sin cuidado este detalle. Sólo pensó en Berta, morena, con unos ojos azules extraordinarios, un cuerpo de sirena, esbeltÃsimo, más bien delgado, con unos senos menudos y túrgidos... En el instante que él la conoció, vestÃa unos graciosos pantalones rojos y un suéter negro. Llevaba el cabello recogido en lo alto de la cabeza, dejando al descubierto su nuca tersa y blanca. Estaba rodeada de hombres. Peter, su amigo, insistió: ?La semana pasada llegó del pensionado. Dicen que se queda aquà definitivamente. La veo casada con Jimmy.?