Toño levantó una ceja.
Ante él, sobre una mesa, tenÃa una figura preciosa. No era tan fácil restaurarla, pero a él le gustaba su oficio y cuanto más delicada era la pieza, más amor le tomaba y más cuidado ponÃa en su restauración.
No obstante, mientras hacÃa su trabajo, pensaba que los tabiques no debÃan de ser tan débiles.
¡Las casas modernas!
Él no era ningún santo, pero lo que estaba oyendo le sacaba de quicio y le hacÃa pensar en sà mismo, que era más ángel que demonio.
Con el dorso de la mano levantó la visera y pensó que se iba metiendo el sol y que aquella pieza de gran valor no se podÃa restaurar con luz eléctrica.