Tendida en una hamaca se hallaba Tati y no lejos de ella, en el puro césped, tan sólo protegido de aquél por una toalla, estaba Ernesto.
El jardÃn no era muy grande, pero sà lo suficiente para tener macizos, una pequeña piscina y al fondo una terraza, el garaje y el chalecito pintado de blanco y verde, cubierto de plantas trepadoras.
Tati fumaba, parecÃa impaciente.
En cambio, Ernesto se dirÃa que se sentÃa totalmente relajado tomando el sol que en aquella mañana de domingo caÃa de plano.
De la casa, a través de las ventanas abiertas, se filtraba la voz canturreante de la criada.
Y sobresaliendo de todo ello la voz un tanto temblona de don David, el cual metÃa y sacaba a Dan del agua provocando en el niño gritos de contento y a veces de susto.