La máquina eléctrica zumbaba sobre el enjuto rostro de Billy Gibbs. El rostro que le devolvÃa el espejo era sonriente, cachazudo, sin gran atractivo. A Billy le tenÃa muy sin cuidado su atractivo masculino. El no era un ingenuo. El era un hombre, sólo un hombre. Y estaba satisfecho de sà mismo, ¡qué demonio!