ATRAVESÓ a empujones la Quinta Avenida. Chocó con varios transeúntes, pero siguió corriendo sin volver la cabeza. Sabía que le estaban siguiendo. Tomó aliento junto a una esquina durante breves segundos. Hinchó el pecho hasta conseguir que los pulmones se le llenasen de aire. Estaba exhausto. Sacó la cabeza con sumo cuidado y comprobó una oleada de gente que era empujada y trastabillada a unos cien metros. Tenía que seguir corriendo si no quería que le atrapasen. Entró en uno de los muchos pasadizos que atraviesan las intrincadas callejas de Nueva York, saltó con gran agilidad un muro, a pesar del cansancio, y siguió corriendo entre cubos de basura y ropa tendida.