El disparo retumbó en el saloon, arrancando ecos dormidos hasta en la más lejana de las paredes. Un anaquel de botellas que se hallaba mal instalado estuvo a punto de derrumbarse, y el hombre apoyado en la barra saltó hacia atrás como si le hubiese empujado un viento del infierno. Apenas tuvo tiempo de llevarse las manos al cuello. En éste estaba naciendo una siniestra mancha roja que crecía por instantes. El dueño del saloon gritó: ?¡Eh, Mark! ¡Este es un lugar de paz! ¡Guarda el?!