LucÃa se lo contó. La conocÃa demasiado para pasarle inadvertida la actitud preocupada de Isabel. No era comunicativa. LucÃa se veÃa y deseaba para sacar de su joven discÃpula una charla de diez minutos seguidos. Isabel era una soñadora, una bonita sentimental, pero nunca una habladora. Aquella tarde, Isabel atravesó el valle y se dirigió a la pequeña casita de LucÃa. En Trobajo del Camino las casitas eran todas muy parecidas. Plantas bajas, un patio por la puerta de atrás de la casa, con un pozo, un diminuto corral y una tapia de ladrillo separando una de otro. Todas se alineaban en la parte llana del valle. El sol caÃa de plano. En julio y agosto era difÃcil soportar el tremendo sofoco. Isabel ya estaba habituada. Morena de rostro, roja su abundante cabellera, verdes los ojos, gentil y joven, resultaba una bella muchacha en aquel pobre pueblecito de seres humildes.