La noche era frÃa y tormentosa. El cielo, cubierto de nubes plomizas desde hacÃa varios dÃas, habÃa reventado en cataratas de agua que caÃan sesgadas, batiendo la tierra y ahondándola furiosamente. Los campos acusaban la fiereza del temporal formando grandes lagunas y surcos amplios, que se deslizaban cenagosos, sin rumbo fijo, formando verdaderos lodazales y que ponÃan en peligro las cosechas. El rÃo White, de ordinario bastante pacÃfico y pobre de caudal, arrastraba una corriente sucia y pesada que habÃa desbordado sus cauces, extendiéndose por las praderas y sembrados; las sendas eran barrizales donde los caballos pateaban trabajosamente para avanzar y las ruedas de las carretas se hundÃan hasta los cubos, haciendo casi imposible el rodaje.