Cuando conocà a Bernard Anslinger, todavÃa era el surintendent Grantley. Anslinger se habÃa doctorado en siquiatrÃa recientemente. Su carácter distaba mucho de atender a esa flema británica con cielo brumoso de que estamos aureolados los ingleses en todas las partes del mundo. Era un muchacho joven, de edad pareja a la mÃa, activo, dinámico, excesivamente influenciado por las teorÃas asimiladas durante varios años de estudio, que demostraba una enorme ilusión, unos deseos arrolladores de convencer y constatar que con sus teorÃas podÃa cambiar y revolucionar el complejo y misterioso mundo de la mente humana.