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Reseña de Deja paso al cariño

Álvaro Mier pensó que un día u otro tendría que decidirse. No es que le corriera una prisa excepcional, pero si tenía en cuenta su edad, tampoco debía dormirse plácidamente en las pajas a esperar que cesara el vendaval o que amainara la marejada. Realmente ni soplaba el vendaval ni la marejada bamboleaba aún el buque, pero? si tenía en cuenta su edad (treinta y dos años) merecía la pena no perder demasiado tiempo. Eso por una parte, porque por otra su situación actual era conflictiva y él prefería una existencia sin recovecos ocultos, sin problemas que generaran mentiras y continuas falsedades. El no era hombre de tales ni tenía interés alguno en mantener oculta una doble vida, ni mucho menos perderse inmerso en continuos sobresaltos. Sobresaltos, entendía, que con razones y buena intención, obviamente, podían evitarse. Alzó la cara indolente, con aquel hacer suyo tan personal de hombre siempre sin prisas, del tipo que pensaba mucho antes de dar un paso, pero una vez dado, no habría forma ya de retroceder. Pensaba también que pudo haber hablado con Isabel antes de decidir la vida de los dos, pero no era nada fácil tratándose de Isabel que veía de tarde en tarde y con la cual apenas si dialogaba, y no precisamente porque entre ellos dos se acabara la armonía o la amistad, sino porque ya no quedaba nada, absolutamente nada que decirse. En el alto edificio de apartamentos, como incrustados en las paredes de la fachada que circundaba un ancho y lujoso portal, vio varias placas negras con letras doradas. Buscó afanoso, súbitamente apresurado, cosa insólita en él, un nombre concreto y lo encontró en la tercera placa.

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