Reseña de No hay aceras
La sorpresa es un ingrediente esencial de cualquier día en la Cuba revolucionaria, y ninguno de los veintitantos personajes de esta novela va a sustraerse a lo que la revolución puede ocasionarle en pocas horas. Desde el líder máximo ?el verbo-, hasta José, con sus ecos marcianos, pasando por Ignacio, prisionero de un cerco más estrecho que el de las cuatro paredes de su refugio clandestino, todos quedan sometidos a un fatalismo revolucionario en que causalidad y casualidad se confunden, mientras que el mar, testigo impasible, asiste al devenir humano. Escrita sin el didactismo que padecen otras novelas sobre este mismo tema, el autor recurre al diálogo, a descripciones objetivas y al humor ?epidermis cubana?, para alejarse de un tema que de otra suerte le resultaría demasiado íntimo. La acción se centra en La Habana ?ambiente y protagonista?, ciudad donde resulta peligroso caminar, porque ya no hay aceras.