Jane salió a la puerta de la cabaña y se desperezó, estirando hacia, arriba sus bonitos brazos. Se, habÃa levantado un tanto soñolienta, debido a que aquella noche, por culpa de su hermano Chester, habÃa dormido la mitad de lo normal. Apenas si hacÃa un cuarto de hora que habÃa empezado el sol y ya, según costumbre, ella se disponÃa a sus pequeñas reservas de animales. Dar de comer conejos, cuidar la cabra y poner pienso al caballo. Esta era su labor preliminar dÃa a dÃa, sin que nada variase una costumbre que ya era algo mecánico en ella. Lo habÃa hecho en vida de su madre y cuando ésta falleció, hacÃa poco más de un año, la costumbre se habÃa convertido en obligación tajante, toda vez que habÃa quedado a su cargo la cabaña y, cuando la necesidad lo requerÃa, el cuidado de su hermano Chester, dos años más joven que ella.