En Nueva York estaba nevando. Frank Darren tenÃa frÃo pero, sobre todo, tenÃa hambre. Se habÃa detenido ante el ventanal de un restaurante. El cristal estaba defendido por unas cortinillas demasiado finas y podÃa ver a los comensales. Un camarero dejó una pierna de cordero asada ante un tipo muy gordo y Frank Darren sintió que se le escurrÃan los calcetines. Soltó un gemido y dio media vuelta, metiendo las manos en los bolsillos en busca de dinero. Pero no se produjo el milagro. SeguÃa teniendo la moneda de diez centavos que habÃa tocado cincuenta veces en las últimas horas.