Una gran carreta tirada por los dos recios y pacientes bueyes que la habÃan arrastrado más de un centenar de millas, se detuvo en lo alto de la meseta enfrentándose con la senda áspera, tortuosa, en un bravo declive que por brusco imponÃa respeto. Deslizarse por aquella rampa en la que el vehÃculo forzosamente tenÃa que inclinar su peso contra la yunta haciendo más comprometida su marcha, era un terrible peligro. Bertrand Woolloott, su propietario, no sólo lo comprendÃa asÃ, sino que lo habÃa estado ponderando todo el viaje, pero no existÃa otra solución si no querÃa renunciar al vehÃculo tan precioso para él, e incluso a todo lo que portaba. HabÃa sido aquél un viaje impuesto por dramáticas circunstancias. Algo que el destino dispuso asà como expiación a ciertas faltas de Bertrand que debÃa purgarlas de algún modo, aunque en realidad no merecÃa tan severa prueba.