Harlan Christie surgió por detrás de una pila de fardos de heno que se amontonaban en un lado del andén en espera de ser embarcados en algún tren de mercancÃas y atravesó casi corriendo el concreto del húmedo y escurridizo piso, para aferrarse al pasamanos de uno de los vagones del tren que partÃa en aquel momento para Phoenix. La campana habÃa vibrado por tercera vez, el pito del jefe de estación habÃa dado la señal y la máquina, arrojando chorros de vapor y humo por entre las ruedas, empezaba a ponerse en marcha. Cualquier mediano observador que llevase un cuarto de hora en la estación, se habrÃa sentido extrañado de que Harlan, que llevaba tanto tiempo esperando la llegada del convoy, se hubiese distraÃdo contemplando los fardos de heno, hasta el punto de exponerse a perder el tren. Pero en realidad no hubo descuido, ni a Harlan le importaban los fardos, si no era para usarlos como escudo protector hasta el momento justo de partir el convoy.